El bullicio de la transitada calle se confundía con la campana que sonaba una y otra vez al abrir la puerta de aquel local poco común. Los coches iban y venían, quizá menos veloces que la propia gente que dentro de su pasmosa prisa, mostraba un marasmo solo mediante sus miradas.
La apatía de las personas era evidente a través de la ventana del alma, sin embargo, su cuerpo decía lo contrario. La muchedumbre se movía cual hormigas, sin cesar, sin detenerse a pensar… “Hasta parecen autómatas” dijo Daniel.
Saúl, el padre de Daniel, se acercó al aparador a través del cual ambos veían ahora el paso de las personas. “Debes dejar de ver esos programas Daniel, no vayas a creer que todo lo que ocurre en la tele es verdad”, al momento de decir esto, ambos volteaban a ver como la puerta de su local volvía a abrirse para dejar entrar a otras personas que como a casi todos los que ahí se introducían, cambiaban su prisa por una especie de tranquilidad y quietud que rayaba en lo enigmático.
- Señor, buenas tardes,
- ¡Hola!, respondió Saúl
- ¡Hoooola!, saludó Daniel con un tono de cancioncilla infantil
- Mire, pasaba por aquí y casualmente me he dado cuenta que después de tanto tiempo de ir por esta transitada avenida, existe este, su negocio, bueno… (titubeaba el señor), es que no sé como hacerle la pregunta, es que yo, un extraño, vengo a su negocio… y preguntarle esto, pues no sé…
- “¡Rubén! Es una simple pregunta, ¡hazla ya!”, le dijo una señora que le acompañaba.
Mientras esto ocurría Daniel ya había ido al otro extremo del local, donde se ubicaban alrededor de 25 personas, entre niños, hombres y mujeres, todos con una mirada vivaz, ávida de escuchar, de saber y de entender. Se paró frente al grupo y les dijo que no desesperaran, que su padre llegaría con ellos en un momento.
Era un tanto raro ver a esas personas, reunidas en torno a una silla vacía. Especialmente cuando afuera todo era una especie de vorágine y ahí dentro de ese lugar todos tenían la característica de la calma. El lugar era bastante colorido, espacioso para un infante y un poco estrecho para los adultos, según los niños era una especie de librería, según los adultos era como cualquier tienda en donde se vende de todo. Lo extraño del lugar era ese rincón decorado con un afiche enorme, que iba desde el piso hasta el techo, el cual tenía impresa una botella de vidrio, de forma bastante común, con la cara de una hermosa mujer como etiqueta y circulándole un texto con perfectas y legibles letras que se podrían leer, hubo quien incluso mencionaba que se podían oler, ya que esto es lo que sugería su nombre. “Olor de Verano”
- “Ya siéntate Rubén, ahí junto a la silla, para no perder detalle”, era Irene, la esposa de Rubén, quien le urgía para lograr el mejor lugar, según ella.
“Hola amigos, yo soy Daniel y trabajo aquí con mi padre, aunque me vean como un niño de 13 años este trabajo lo hago con el consentimiento de mi padre, y no es para ayudarle a él, sino para ayudar a mi madre. Mi mamá ahora está allá en el cielo, pero antes de partir nos dejo un gran trabajo a mi padre y a mí”.
- “¡Ya niño!, queremos saber por que este lugar vende botellas con aroma de verano”, era nuevamente Irene, con un protagonismo característico de las personas que necesitan la atención de los demás.
“Casi todos tenemos un proyecto de vida”, dijo Saúl en ayuda de su hijo, “el nuestro es este, contar nuestra historia para poder vender estas fabulosas botellas con olor a verano, pero déjenme contarles como surge esto…
- ¡Apúrense quiero que vean esa cascada, es enorme!, gritó Sofía a su esposo y a su hijo que se habían retrasado en el camino.
- ¡Mamá, mamá, ya vi como nace una mariposa!,
- ¡Hijo, el milagro que acabas de ver se repite miles de veces al día, pero es fantástico que te impresione, así deberíamos ser todos, deberíamos continuar con nuestra capacidad de asombro…
- “Es verdad Daniel, aquí en el campo, como en la ciudad, cada día ocurren miles de milagros pero nuestra prisa y nuestro egoísmo hacen que nuestros ojos veamos todo eso como normal, como si siempre ha pasado y pasará”, le dijo Saúl.
- “Pero papá, si esto siempre pasa, ¿Por qué no lo apreciamos?
- “La capacidad de asombro del hombre se ha perdido”, le dijo Sofía, “a ver, dime Daniel, ¿Qué haces al despertar cada mañana?”
- Pues lo que me has enseñado, darle gracias a Dios y a la naturaleza por ese sol que ilumina o esa lluvia que cae fuera de la casa.
- “Bien hijo, nunca dejes de hacerlo”, le pidió Saúl
- “Por eso cada verano venimos al campo, a la naturaleza, para que tu capacidad de asombro no se pierda, para que veas el milagro de la vida en cada detalle, en cada animal y planta que hay por aquí. ¿Te gusta?
- Mamá, ¡me gusta tanto lo que veo!
- “No solo es lo que ves, también son los olores”, dijo Saúl a Daniel y con una sonrisa llena de ternura, volteó a ver a Sofía para decirle: “aquí huele como tu pelo, me gusta este lugar por que huele a ti, huele a tu sonrisa, huele al amor que le das a nuestro hijo, huele a paz, a tranquilidad, huele a humanidad”.
Sofía solo le guiñó un ojo, le sonrió y al momento que le enviaba un beso con la mano, corrió hacia donde caía esplendorosa esa cascada que tanto deseaban ver.
- “Corran, corran”, les gritaba
Después de un rato de maravillarse con la imagen majestuosa, se tomaron muchas fotos como recuerdo, los tres juntos, en pareja, en fin, con todas las combinaciones posibles para no perder la esencia del momento. Las fotos eran innecesarias, pues el sentirse unidos entre ellos y con la naturaleza, bastaba para recordar lo armoniosamente vivido.
Antes de irse del lugar, Sofía se acercó a Daniel y le dijo:
- “Hijo, lo que te hemos enseñado tu padre y yo, jamás deberás de olvidarlo, mira lo grande que es este lugar, observa lo pequeño que somos los humanos ante este fenómeno llamado naturaleza, ¡Debes cuidarla!, en la escuela te enseñan el respeto hacia las personas y hacia tu entorno, sigue así hijo mío, piensa en que este paraíso nos fue otorgado como un préstamo, cuídalo y has que las personas que conoces lo cuiden y lo conserven”.
- “Mamá, pero solo soy un niño ¿Cómo podré hacer eso?”
- “Daniel, tu al igual que todos los niños, son tan especiales que nos enseñan a los adultos como debemos actuar con honestidad y responsabilidad, no te preocupes ahora, ya se te ocurrirá algo, cuando seas más grande”
- “Tú me ayudarás madre, ¿Verdad que sí?
- Claro hijo…
Dichas las palabras, ambos tuvieron que correr, divertidos, ya que el cielo interrumpió la conversación con una lluvia prodigiosa, lluvia que genera vida, lo que esa lluvia no sabía era que no solo iba a engendrar vida ahí en el campo, sino también en la gran ciudad.
La lluvia había sucumbido, Sofía salió de su casa de campaña llevando en sus manos una pequeña botella de cristal transparente, respiró hondo, se llenó de energía, se desbordó de los olores de la vida y abrió la botella unos instantes y después la tapó.
Los ojos de Daniel se abrieron, y como cada mañana desde dos años atrás que su madre había fallecido a causa de una rara enfermedad, estos se posaban en la botella que le había dejado junto a su almohada en aquel viaje. La contemplaba y esbozaba una sonrisa de gratitud ya que en ella se contenía la esencia de aquel ser maravilloso que le dio la vida y la felicidad gozada junto a ella. Mientras la veía musitó: “los olores del verano, los olores de nuestro verano…”
Por increíble que pareciera, se le ocurrió aquella idea que le permitiría hacer la labor que le había pedido su madre, se incorporó con la vitalidad de su niñez y corrió a la habitación de su padre para darle la buena nueva: “Papá, papá, ya lo tengo, es una fabulosa idea, debemos hacer botellas con olor del verano y hacer que las personas las tengan en su casa…”
- “Te lo dije Rubencito, esta historia comenzó hace muchos años”, nuevamente era la voz de Irene, pero ahora era tan cascada que no se disimulaban los años que traía a cuestas. “Hace 25 años venimos aquí por primera vez y aun sigue esta bella labor”
- “Abuela, ¿También estuvo aquí el abuelo Rubén?, preguntó Rubencito un niño de la edad de Daniel cuando se le ocurrió la brillante idea de las botellas con olor a verano.
- “Así es mi amor, esta botella que traigo conmigo, es la que representa nuestro verano, por eso ahora quiero que tu escojas la tuya para hacer tu verano y para que como los miles que lo hemos hecho, te comprometas a cuidar el ambiente y para así cuidarnos a nosotros mismos”
- “Pero Abuela, no tengo dinero para comprar una botella tan valiosa…”
- “Hoooola Señora Irene”
- “Pero, ¿Cómo sabes mi nombre?, esa manera de saludar… mmm, ¡aaaah! ¡Ya sé! ¡Tú debes ser el hijo de Daniel!
- Sí, mi padre se llama Daniel, yo me llamó como mi abuelo, Saúl, él me dijo que usted se llama Irene, dígame, después de oír la historia, ¿Comprará su botella con olor a verano?
- Claro hijo, pero será para mi nieto, ¡Rubencito!, ven, págale al niño
- Abuela, te dije que no tengo monedas para pagar
- “Pero aquí no necesitas monedas, solo con una sonrisa basta, y eso será lo primero que metas en tu botella, después serán las risas con tus padres, los buenos ratos en compañía de tus hermanos, en compañía de los que más amas y de lo que más quieres, cada armonioso momento vivido, será tu verano”, le dijo su abuela.
- Hola Señora Irene…
- ¡Hola Daniel, el mundo se ha llenado de tus botellas… felicidades!
- “Sí, gracias a personas como ustedes nosotros cada día somos más ricos, con tanta sonrisa que nos han pagado, somos inmensamente ricos, mi madre estaría orgullosa de ello”. Contestó Daniel mientras acariciaba el pelo de su hijo, que ufano se dirigió a entregar más botellas con olor a verano a cambio de las más sinceras sonrisas.
FIN
* Prodigiosa: adj. Extraordinario, maravilloso