Facundo Cabral.
Desgraciadamente esta interconexión no aplica en rubros tan intensamente básicos como los derechos humanos.
Respecto a ello, la labor de los medios se ha establecido en función de quién lo dice y no en qué dice. Por tanto ha sido más influyente el hecho de oír comentarios, recomendaciones o consejos por parte de tal o cual comunicador; entonces si es Javier Alatorre, conductor del noticiario “Hechos de TV Azteca”, el que expresa que la Comisión de Derechos Humanos ha decidido realizar recomendaciones al Estado mexicano, su información será tan válida como la simpatía que permea en los televidentes.
La ciudadanía ha expresado cierto fervor contrario a las labores de la Comisión, ya que en épocas pasadas, el supuesto delincuente era culpable hasta que demostrara lo contrario. Debido a una interpretación errónea, desde esta perspectiva, se considera inhumano a quien trasgrede la civilidad y la paz social. ¿Es válido?
No se debía esperar menos, pues muchas voces han sido acalladas bajo el amparo de una supuesta paz social, democracia y respeto.
El principio básico de ser humano se deja de lado por la posibilidad de mostrarse como juez inquebrantable con alta moralidad. Los tratos poco dignos han proliferado hasta en cuestiones tan banales como el fútbol.
Este es un ejemplo poco ortodoxo pero aplicable a la sustentación de esta opinión. Los mexicanos nacionalizados que participan en la liga profesional local son considerados como “mexicanos de segunda”. Son poco dignos de portar la casaca de la selección nacional de fútbol. En una palabra: no son mexicanos.
Con un sistema de leyes cimentadas en la buena voluntad de las personas, la Constitución Mexicana, con transparente atingencia, determina lo contrario. No hay categorías de mexicanos nadie es más y ninguno es menos. Sin embargo la poca o nula responsabilidad de anteponer los derechos ciudadanos a la injusticia o violación de los mismos ha permitido interpretar desacertadamente las leyes que rigen nuestras relaciones cívicas y sociales que establecen ante todo, el desarrollo solidario y armónico de la sociedad.
La aseveración mencionada, me lleva a establecer la falta de moral que en ocasiones nutre nuestros actos.
Pareciera que hemos determinado que las leyes son idóneas mientras no sean aplicadas a nuestra persona. No hay indulgencia porque “no me preocupa el desarrollo o la armonía de mi vecino, de mi colonia, de mi ciudad”.
Normalmente sufrimos la ignominia de la indiferencia o bien somos parte activa de ella, una dicotomía tan severa, como la inestabilidad que priva en ciertos sectores de nuestro ambiente.
Los hay quienes se dejan flagelar por su puritana y santa moral, temiendo el castigo y el oprobio de los propios, de los estrechamente relacionados a ellos o de si mismos, los hay quienes auspiciados por la intolerancia resultan en irresponsables acopios de indiferencia.
Explícitamente, casos tan simples que desajustan conceptos tan básicos en nuestro crecimiento personal como la cooperación y la justicia.
Especialmente los derechos humanos deben ser aplicados no solo en las personas connotadas como políticos, artistas o adinerados. Es necesario evitar situaciones tan lamentables que nos lleven a la incredulidad de ser ciudadanos de el país de no pasa nada.
A pesar de ser socialmente incorrectos a nivel global, las regiones o países deben generar las condiciones adecuadas para lograr la aceptación de formas de pensar, de ser y de actuar distintas. La tolerancia debe regir la aplicación de lo política, social y humanamente correcto.
Respecto al nivel individual, aspecto que se reproduce con mayor celeridad, también requiere una renovación tácita.
Ilustrar la autocomplacencia implica verse en el espejo, en ocasiones basta con mirar alrededor; respecto al medio ambiente existen situaciones que nos son comunes, pero que están plagadas de irresponsabilidad: autos sonando su claxon, basura tira en la calle, drenes pluviales taponados, talleres mecánicos en zonas no autorizadas, locales comerciales con música estridente, personas fumando en lugares no permitidos y en el paroxismo: desechos tóxicos industriales en los mantos acuíferos.
Es menester de las instituciones que fundamentan la sociedad, educar para armonizar, educar para responsabilizar. Me refiero especialmente a tres de las más importantes: la familia, la escuela y el propio gobierno.
La labor no inicia en la escuela, es en la familia donde estos valores deben ser inculcados para ser cumplidos y reforzados en las actividades educativas. Los niños imitan y los jóvenes reproducen, generalmente, por tanto la familia de tener mayor conexión moral con la solidaridad en el crecimiento de sus miembros.
Respecto a la labor de la Educación, son las escuelas las que deben continuar moldeando y trabajando con sus alumnos para evitar esa indolencia que resulta del tan traído y llevado “si no me afecta, no me importa”. Cada actividad que desarrollamos, por ínfima que parezca, se refleja en la cotidianeidad de nuestro entorno. No hay desarrollo sin respeto a lo que es cada persona y a lo que representa no solo para sí, sino también para el grupo social.
No es altruismo lo referido, es una simple regla básica de convivencia que desemboca en la transformación del individuo y por ende de todo el contexto que nos envuelve.
La labor educativa debe fijarse firmemente en la responsabilidad compartida de ser cooperativos. Todos y cada uno de los días. No en una crisis o un desastre. No en el populismo o en el bonapartismo. No en la opulencia y en el derroche. Sí, siempre, en cada una de las acciones de sus educadores y sus educandos.
El Estado mexicano debe ser transparente y administrar la justicia basada en el bien común, dejando de lado el irrespeto a las condiciones que privan en la buena voluntad y en los derechos civiles y sociales de los individuos.
Individualmente debemos ser más participativos, más elocuentes con nuestras necesidades, más voluntariosos con nuestras acciones. Debemos gestar el respeto a nuestros derechos que por antonomasia nos pertenecen. La política, actividad fundamental de los gobiernos, es tan importante que no debe ser dejada su práctica solo a los políticos.
El conjunto de estas acciones institucionales, irremediablemente resultará en armonía copiosa, en indiferencia extinta y en vergüenza exigua. La responsabilidad de ser solidario logrará emerger… utópicamente, aún cuando a Estados Unidos le dé un gran resfriado.