La luna era la misma, según él… no encontraba razón alguna para sentir que esa luminosidad y ese cielo diáfano eran un nuevo suspiro de su alma. Un beso prometido y soñado podría enmarcar la promesa del sendero cierto que trazaban los rayos de la más bella luna de aquél octubre. No era algo ordinario… pero para él, la luna era la misma.
La brisa otoñal cambiaba una a una las páginas de aquel diario, pasaba día tras día las anécdotas que daban vida a un ser inerte, el viento desvelaba aquella vida sin sentido que fue plasmada a través de la tinta permanente y del papel perecedero, un lunes, un jueves, el día 23, el día 5, un sábado por la mañana, el mismo sábado en la noche… sin embargo, el mudo testigo posado en el cielo, para él, era el mismo.
Sábado 14 de octubre:
“Hoy se ha posado nuevamente en mí, llegó como si mi alma estuviera en venta… la anhelaba, suave y ruda, estruendosa y calma. Cantaba el estribillo más sutil, lo repetía hasta la saciedad pero no me aburría, por el contrario, sentía una sublime necesidad de continuar oyendo su sonsonete. La armoniosa acústica llegaba exactamente a mi necesidad de escuchar, como si la escalera sinuosa estuviera frente a mi persona, posada para ser usada.
La dama de la enigmática e irresistible sonrisa me guiñaba, me invitaba, me suplicaba, me decía que en cualquier lugar la encontraría, como quién anhela el paraíso. El menoscabo de mi existencia transformaba lo que pensaba, el más inspirado infortunio yacía ahí de frente a mi entendimiento.
Contrastante resultaba el cuadro, a mi diestra la fortuna de haber encontrado tus encantos entre mis lágrimas y en el costado siniestro la sonrisa entonando con armonía… Con mis sosegados sentimientos me he dado cuenta que no quiero hablar, hoy no puedo tomar tu mano y decirte adiós, sólo quiero escribirte: cuando mires al cielo ahí estaré, posada en la luz de la luna mirando como logras llegar a…”
El viento soplo nuevamente, dio bruscamente vuelta a la hoja, el cielo observo una página inmaculada, totalmente ausente de pensamientos, de vida; así como se encontraba aquél que para sí mismo, la luna, seguiría siendo la misma.
* Menoscabo: Deterioro y deslustre de algo.